viernes, 31 de octubre de 2008

LOS GOLEM TAMBIÉN LLORAN (9)

Folletín por entregas a la manera de Julio Verne.

Mis investigaciones dieron pronto su fruto. Las marcas aparecidas en forma de mordedura a lo largo del brazo izquierdo del coloso pertenecían sin ningún género de dudas a un Liopleurodon. Un plesiosaurio de 14 metros de longitud, mandíbulas de 3 metros y enormes diente. El más rápido depredador de los mares en la cúspide de la cadena alimenticia. No cabía ninguna duda. Había un registro de las mismas huellas sobre enormes ammonites en el Museo de Historia Natural de Oslo. Y aquel tipo de mandíbula no había vuelto a reproducirse en el mundo animal.

Llegado aquel momento, todo eran preguntas: ¿Qué pintaba una estatua en la tierra hace 160 millones años? ¿Quién la esculpió? ¿Su origen era extraterrestre?

Algunas respuestas parecían más o menos sencillas. La estatua convivió con los dinosaurios que habitaban tierra y mares en el Jurásico Medio. Su presencia en un estrato de la época es irrefutable.

Este ídolo es el único artefacto creado por seres inteligentes antes de la aparición del hombre en la tierra, pues su creación espontánea a manos de la naturaleza quedaba descartada por su perfección en la factura. Así pues, agotadas todas las posibilidades científicas de que una especie capaz de crear una industria se hubiera desarrollado y extinguido en el Jurásico sin dejar huella, la única posibilidad era la existencia de vida extraterrestre. Incluso sin contar con una sola prueba a su favor, era la única teoría posible. Tenía que ser de origen alienígena.

La estatua quedó enterrada en el fondo del mar interior que entonces cubría la Península. Allí pudo quedar, como un pecio hundido, a merced de ictiosaurios, plesiosaurios y peces placodermos que pudieran confundirle con un depredador y atacarle. Pero ¿Cómo pudieron las mandíbulas de un Liopleurodon hacer mella en una superficie mil veces más dura que el basalto?

Mi memoria, enturbiada por las novelas de Julio Verne, trajo imágenes de luchas homéricas en el fondo del mar entre un coloso de piedra de casi 3 metros armado con un terrible martillo y un reptil marino de enormes mandíbulas, grandes aletas y potente cola batiente.

Preguntas sin respuesta. Aquellos días yo aún era feliz.
(Á suivre)

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